Bien conocido (y reconocido) por nuestros compañeros, el Dr. Santiago Moreno es un referente en la lucha contra las enfermedades infecciosas en nuestro país y, de forma especial, contra el VIH. Primer presidente de GeSIDA y jefe del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Universitario Ramón y Cajal, desde su puesto le ha tocado vivir de cerca la irrupción del COVID-19 en España. En su caso, hasta el punto de convertirse en unos de los pacientes que ha sufrido los estragos del nuevo coronavirus. En esta entrevista nos cuenta cómo ha vivido este hecho en primera persona.

Cuando se da positivo en COVID-19, ¿se piensa más como paciente o como médico?

Aunque es difícil separar el pensamiento atribuible a la parte de médico o de paciente, seguramente evoluciona según el momento tras el diagnóstico. En las fases más precoces, cuando todavía no te sientes enfermo, no te sientes mal, domina la parte profesional. Lo vives como si tú fueras un paciente más y, con la ayuda de tus compañeros, decides las medidas de aislamiento, el tratamiento a realizar y la manera de monitorizar la evolución. Te lo aplicas a ti como se lo aplicarías a otro paciente. Sin embargo, conforme evoluciona la enfermedad se abandona en gran medida esa parte de médico para abandonarte en manos de los colegas que se hacen cargo de ti. Te conviertes en un auténtico paciente, entregado a las decisiones que se adopten, y la parte de médico se relega a un plano muy, muy secundario.

En su caso, ¿cómo fue el curso de la enfermedad?

Tuve la mala suerte de caer en ese 20% en el que las cosas van mal, pero la gran suerte final de no estar en el 10% que en España tienen una evolución fatal. Empecé con sintomatología muy leve, luego se desarrolló casi exclusivamente cansancio extremo, con fiebre de bajo grado, y finalmente desarrollé infiltrados pulmonares bilaterales. En ningún momento, tuve sintomatología respiratoria de la que fuera consciente (¡importante a considerar que no es un factor decisivo para valorar la gravedad de COVID-19!), aunque la saturación de oxígeno estaba baja. Ante la evolución del cuadro y la presencia de los infiltrados radiológicos se decidió hospitalizarme, primero en planta y luego, para mayor seguridad, en una Unidad de Cuidados Intensivos.

¿Qué opción de tratamiento utilizaron en su caso?

Desde el principio me administré en casa hidroxicloroquina a las dosis habituales. Tras el ingreso hospitalario, seguí recibiendo el fármaco al que se añadieron por su potencial acción antivírica lopinavir/ritonavir y azitromicina. No toleré lopinavir/ritonavir por lo que se retiró tras las dos primeras dosis. Además, se me administró tocilizumab y todo el tratamiento de soporte que precisaba (oxigenoterapia, broncodilatadores, nutrición parenteral, etc.)

¿Qué aprendizaje extrae de la situación vivida?

La experiencia ha sido tremendamente instructiva a muchos niveles. Con el final feliz, se puede reflexionar acerca de los muchos aspectos positivos que ha tenido. De todos ellos, seguramente me quedo con dos. Por un lado, la atención extraordinaria que los pacientes con COVID-19 reciben en nuestros hospitales. Esa atención se caracteriza no solo por la garantía de poner a disposición de los pacientes una buena organización y los conocimientos más al día sobre el manejo de la enfermedad, sino especialmente por una calidez y humanidad en el trato encomiables. Ver la Medicina desde la cama te hace ver la profesión de una manera admirable. El otro aspecto aprendido es haber convivido con la sensación de lo extremadamente frágiles y vulnerables que somos como seres vivos. Esto no es novedoso, lo repetimos hasta la saciedad en tantas conversaciones, pero experimentarlo de cerca te proporciona una visión diferente de tu propia existencia.

¿Se ha subestimado al virus? ¿Se han cometido errores a la hora de abordarlo?

Sin duda ha habido errores de cálculo por todas las partes: científicos, epidemiólogos, médicos especialistas, organismos sanitarios nacionales e internacionales, encargados de las decisiones… Nadie podía prever el impacto de este virus. Además, no se había afrontado una pandemia de esta envergadura en más de un siglo y nadie estaba preparado, en ninguna parte del mundo, para su manejo adecuado. Se han cometido muchos errores, que seguramente no se cometerían si se repitiera la experiencia. Estoy en profundo desacuerdo con los profetas del pasado que venden que ya sabían por adelantado lo que iba a pasar y que, en un atrevimiento y osadía sin límites, parecen tener soluciones que hubieran evitado lo que hemos sufrido. Hemos ido improvisando y aprendiendo, como seguramente seguiremos haciendo hasta la eliminación de la pandemia.

Ante la actual situación, ¿se hace más evidente la necesidad de una especialidad de Enfermedades Infecciosas?

Sin duda, aunque no hace falta una pandemia de estas dimensiones para poner de relieve la necesidad de la especialidad. De hecho, los especialistas que nos ocupamos de las enfermedades infecciosas hemos sido los encargados en todos los hospitales de colaborar con la Dirección en el establecimiento de los planes iniciales de organización y control, a la que luego se han sumado con generosidad todos los especialistas de cualquier materia en el hospital.

Como experto en VIH, y habiendo vivido el COVID-19 en primera persona, ¿qué puntos de coincidencia ha visto entre ambos virus?

No son demasiados los aspectos comunes. Ambos son virus y enfermedades nuevas frente a las que ha habido que desarrollar modelos asistenciales. Pero la epidemia de SIDA se extendió de manera progresiva afectando mayoritariamente a personas con prácticas de riesgo (relaciones sexuales no protegidas, intercambio de material inyectable de drogas) que se podían evitar, en el caso del COVID-19 la extensión ha sido mucho más rápida y con muchas dificultades para su contención. El impacto del SIDA fue sobre todo social y el impacto económico fue sobre todo intenso en los países pobres, mientras que el COVID-19 ha tenido un impacto social, sobre las vidas y hábitos de las personas, y económico global. El SIDA no amenazó con la saturación de los sistemas sanitarios, que es la principal amenaza que ha traído el COVID-19.

¿La experiencia acumulada en el VIH está siendo de utilidad para la actual pandemia?

A pesar de las diferencias, hay algunos aspectos comunes al manejo de diferentes epidemias. Cito algunos. Aprendimos con el VIH, la necesidad de detectar precozmente las personas asintomáticas para evitar que transmitan la infección a personas sanas. Es el mismo principio que se habrá de aplicar con el coronavirus. Se introdujo con el VIH la idea de la profilaxis pre-exposición y se intenta aplicar al COVID-19, con ensayos clínicos, alguno de los cuales se llevará a cabo en España.

¿Qué medidas considera necesario implementar ante la actual pandemia y ante otras posibles que puedan llegar en el futuro?

Creo que de lo aprendido debemos quedar preparados para hacer frente a pandemias o epidemias locales, que, con certeza, aparecerán en el futuro. Debería tener un sistema de activación de las estrategias que en pocos días pusiera los servicios sanitarios en alerta, dispuestos para el máximo de contención. Pero no nos extrañe que el próximo desafío tenga un mecanismo de transmisión diferente, unas consecuencias aún imprevisibles, y que nos obligue, como ahora, a improvisar soluciones que minimicen, dentro de las posibilidades, las consecuencias.